Después de casi cuatro años sin publicar nada, retomo la escritura en este blog bastardo que parí algún día.
Hoy, dedos de Gitana.
Dedos de Gitana
De aquí a la melancolía
no hay sino dos pasos. El primero se da despacio, quizás con temor, con algo de
vergüenza en ocasiones. El primer paso es suave y delicado, largo. Prolongado.
Uno se queda pensando del otro lado de la melancolía (que no es la felicidad)
si poner el pie al frente o permanecer en ese espacio intermedio, en ese lugar
que no se sabe donde es...
El primer paso es inconsciente,
insensible, déspota, arrogante. El primer paso es de piedra, de imagen, de
absoluta incertidumbre. El primer paso está dado y tú ni te enteras.
El segundo paso es
más consciente y decisivo. Responsabilidad propia. Dedicado a la espera. El
segundo paso es moverse, no esperar el giro del mundo bajo los pies. El segundo
paso es irreversible.
Camino por la palma de tu mano, por esa topografía
árida que es la palma de tu mano. Junto a mí camina un dedo de gitana, lo veo
pasar por mi costado dibujando líneas que ya existen, como quien dibuja la boca
de una maga.
Con la espalda desnuda recuesto mi humanidad contra
la zona lumbar de tu mano, esa montaña de carne tierna que antecede el pulgar.
Desde ahí presencio la danza de anillos
de gitana, las uñas largas y amarillas desprendiéndose de unos dedos ahumados
con olor de eucalipto. Desde ahí, aposentado en la grieta de tu vida, escucho
las palabras que la profeta lanza sobre tu destino. Me levanto y voy hasta
ella, el dedo temblando frente a mí, enterrado en tu piel, infiriendo mi
presencia. Entonces arrastro el pie sobre la palma de tu mano y borro las líneas
que hace un momento habían, y dibujo otras, reconstruyo tu vida.
Algo pasa, dice la gitana. Sabe que hay un otro que
lucha contra ella y se siente confundida. Y hasta ahora tú no existes, no eres
más que el campo de batalla donde se encuentran el destino y mi arrogancia, mi
necesidad de no olvidarte, el deseo de que no me olvides.
Entonces me refugio en las falanges de tus dedos.
Nunca vi una gitana leer el índice, explorar el anular, recorrer en espiral la
punta del pulgar. La gitana vuelve a la palma de tu mano y yo bajo de nuevo a
reconstruir tu geografía, agregando nuevas líneas y borrando fronteras,
diciéndome a mí mismo que el universo en el que habito es mi destino, no el
tuyo.
Voy de nuevo hasta el pulgar y salto al índice,
reconozco en esas huellas el reflejo de tu piel y no el mío. Y soy yo quien ya
no entiende, y soy yo quien ahora muere. Me busco entre las líneas espirales de
tus huellas, tus dedos no han gravado mi presencia, no recuerdan sus paseos
noctámbulos recorriéndome, desnudándome, abrazándome, abrasándome...
Son mis dedos y no los tuyos los que lee la gitana.
Son tus pies y no los míos los que borran el destino. Y la gitana me mira a los
ojos, sujeta mi mano con la suya y apoya su dedo sobre el centro de mi palma. Y
te veo caminar desnuda junto a su uña en punta, sobre la línea de mi alma,
junto a la montaña de carne áspera sobre la que esperabas.
Y la gitana no te ve.
Y te refugias en mi brazo ya cansada de mis dedos.
Y mi palma va sin líneas que presagien tu presencia.
Y mi mano se cierra bajo el abrigo de una mano
anillada.
Su destino es incierto, dice la gitana. Y alcanzo a
ver tu cuerpo colgando de su anillo mientras se aleja dejándome embadurnado en
eucalipto.